La cromodinámica cuántica (QCD) es la teoría cuántica de campos
que describe la interacción fuerte, responsable de mantener unidos a los
constituyentes del núcleo atómico. Inicialmente, se utilizó el término fuerza
nuclear fuerte para referirse a la fuerza que mantiene cohesionados a
protones y neutrones, que en ese momento se consideraba fundamental. Sin
embargo, en 1973, cuando se confirmó la existencia de los quarks, se
introdujo el término interacción fuerte para designar la verdadera
fuerza fundamental entre estas partículas.
La fuerza nuclear fuerte.
En la primera mitad del
siglo XX los físicos no tenían claro qué mantenía cohesionado el núcleo
atómico. Sabían que este estaba formado por protones y neutrones, y que los
primeros tenían carga eléctrica positiva mientras que los segundos eran
neutros. Como las cargas positivas se repelen, la repulsión electromagnética
entre protones debería hacer que el núcleo se desintegrara. Sin embargo, los
núcleos son estables, por lo que debía existir una interacción distinta, mucho
más intensa, capaz de contrarrestar esa repulsión: la fuerza nuclear fuerte.
Esta
fuerza es varios órdenes de magnitud más intensa que la fuerza electromagnética
y actúa a muy corta distancia, volviéndose despreciable fuera del núcleo.
Al igual
que con las otras fuerzas fundamentales, se intentó describir la fuerza nuclear fuerte dentro del marco
de la teoría cuántica de campos, lo que implicaba postular el intercambio de
partículas mediadoras. Además, como ya sabemos por el capítulo anterior, las
interacciones de corto alcance suelen asociarse a partículas mediadoras
masivas.
La teoría de Yukawa.
Un primer intento
teórico lo realizó Hideki Yukawa en 1935. Propuso que la fuerza nuclear fuerte se debía al intercambio de una partícula
mediadora que llamó mesón (del griego mesos,
“intermedio”), con una masa del orden de cien megaelectronvoltios (MeV). Esta
estimación concordaba con la idea de que su masa debía situarse en una región
intermedia entre la del electrón y la del protón.
En 1947,
al detectarse en los rayos cósmicos el pión, una partícula con masa
cercana a la predicha por Yukawa, la comunidad científica comenzó a considerar
seriamente su teoría. Hoy sabemos que los piones
son mesones compuestos por un quark
y un antiquark.
Nuevas partículas y estructura interna de protones y
neutrones.
Ese mismo año, 1947, se
detectaron numerosas partículas “extrañas” en estudios de rayos cósmicos.
Además, el auge de los aceleradores de partículas durante las décadas
siguientes permitió identificar cerca de un centenar de nuevas partículas
subatómicas. Este incremento en la “zoología de partículas” sugería que los
protones y neutrones no eran fundamentales, sino que poseían una estructura
interna.
Ya en la
década de 1960, Richard Feynman propuso el modelo de partones, que
interpretaba a protones y neutrones como sistemas compuestos por constituyentes
más básicos.
El modelo de quarks.
En 1964, dos físicos
norteamericanos, Murray Gell-Mann y George Zweig, propusieron de forma independiente un modelo que
aportó orden al caos generado por la creciente cantidad de partículas
subatómicas descubiertas hasta ese momento. Según esta propuesta, los protones,
neutrones y muchas otras partículas no eran fundamentales, sino que estaban
formados por unidades más pequeñas denominadas quarks, nombre
introducido por Gell-Mann.
En este
modelo, los nucleones (protones y
neutrones) están compuestos por tres quarks:
Protón: dos quarks arriba (up) y un quark abajo (down)
Neutrón: un quark arriba (up) y dos quarks abajo (down)
Los quarks interactúan entre sí mediante el
intercambio de gluones, partículas mediadoras de la interacción
fuerte fundamental – en
clara alusión a la palabra inglesa “glue” (“pegamento”) –. Esta interacción
mantiene cohesionados los quarks
dentro de los nucleones.
La
comunidad científica tardó en aceptar esta idea, ya que implicaba reconsiderar
que las partículas subatómicas, previamente consideradas indivisibles, estaban
compuestas por entidades más pequeñas. Con el tiempo y gracias a evidencia
experimental creciente, el modelo de quarks se consolidó como un pilar
esencial de la física de partículas.
Tipos de quarks.
En los años siguientes,
los físicos propusieron que los quarks
podían presentarse en seis “sabores” diferentes: arriba (up),
abajo (down), encanto (charm), extraño (strange), cima (top) y fondo (bottom), nombres
que permiten distinguirlos fácilmente. Estos seis quarks se organizan en tres generaciones, cada una con mayor masa
que la anterior:
Cada “sabor” de quark posee propiedades específicas, como carga eléctrica y masa.
La
primera generación la forman los quarks arriba
(up)
y abajo (down). Son los
componentes principales de la materia ordinaria y forman protones y neutrones.
Tienen carga fraccionaria: +2/3 para
up y –1/3 para down.
Los quarks de las generaciones superiores
son más masivos, pero conservan la misma carga que su homólogo ligero dentro de
su columna generacional.
La
segunda generación, formada por los quarks encanto
(charm)
y extraño (strange), forman
partículas subatómicas más pesadas. En particular, los quarks strange
poseen la propiedad llamada “extrañeza”, que influye en la forma en que se desintegran ciertas
partículas.
La
tercera generación, formada por los quarks cima
(top)
y fondo (bottom), es aún más
pesada. El quark bottom forma partículas subatómicas pesadas, mientras que el
quark top decae tan
rápidamente que casi nunca se encuentra en partículas compuestas. El estudio de
estos quarks permite comprender fenómenos subatómicos más complejos.
El “color” de los quarks y gluones.
Este modelo presentaba
un problema: algunas partículas, como el protón, contienen dos quarks idénticos
(up).
El principio de exclusión de Pauli
prohíbe que dos fermiones idénticos ocupen el mismo estado cuántico. Para
resolverlo, los físicos introdujeron una nueva propiedad cuántica llamada color,
que permite distinguir a los quarks incluso cuando tienen el mismo sabor.
Cada
quark puede poseer uno de tres colores: rojo,
verde o azul. La combinación de los tres colores en un barión (partícula formada por
tres quarks), produce un estado neutro o “blanco”, de modo que partículas como
protones y neutrones no exhiben color observable. En los mesones (partículas formadas por un quark y un antiquark), en
cambio, la neutralidad se obtiene mediante una combinación color–anticolor.
Entre los
científicos que contribuyeron a esta idea entre 1964 y 1966 se encuentran Oscar
W. Greenberg, Yoichiro Nambu y Murray Gell-Mann.
Al
introducir la propiedad de color,
cada uno de los seis sabores de
quark puede encontrarse en tres estados de color
posibles, lo que da lugar a 18 combinaciones internas, organizadas en tres
generaciones de quarks:
Por
consiguiente, la estructura interna del protón y del neutrón puede
representarse como una combinación de tres quarks, cada uno con un color distinto:
El
término “color” no se refiere a un
color visual: es un número cuántico, la carga de color, que determina
cómo interactúan quarks y gluones mediante la interacción fuerte. Esta propiedad está presente tanto en quarks
como en gluones.
Los gluones son bosones y se consideran sin
masa ni carga eléctrica, como el fotón, pero sí poseen carga de color. Gracias a ello pueden interactuar entre sí, y las
combinaciones posibles dan lugar a ocho
tipos distintos de gluones, que median la fuerza entre los quarks en el
interior de las partículas.
La cromodinámica cuántica.
Se tuvo que esperar hasta 1973 para obtener la evidencia experimental
decisiva de la existencia de constituyentes puntuales compatibles con los
quarks, y con ello avanzar hacia una teoría completa y coherente de la interacción fuerte.
Ese año,
los experimentos realizados por Jerome Friedman, Henry Kendall y Richard Taylor
en el SLAC de Stanford proporcionaron la evidencia decisiva de que los protones
contienen componentes puntuales. Aunque estos resultados no revelaban quarks
libres, sí confirmaban la existencia de partones
cuya interpretación encajaba perfectamente con el modelo de quarks propuesto en
los años sesenta.
También
en 1973, David Gross y Frank Wilczek, junto con David Politzer, descubrieron
una propiedad fundamental de ciertos modelos gauge: la libertad asintótica,
según la cual la interacción se debilita a distancias muy pequeñas. Esta
propiedad permitió identificar la simetría gauge SU(3) que, como vimos en el capítulo Las simetrías en la física, asegura la invariancia de las leyes
físicas frente a transformaciones que intercambian los distintos “colores” de
los quarks. Con ello se completó la teoría de campos adecuada para describir la
interacción fuerte, a la que se le
dio el nombre de cromodinámica cuántica (QCD).
De forma
análoga a cómo las cargas eléctricas generan campos electromagnéticos, la
presencia de carga de color en
quarks y gluones da lugar a un campo de color, cuyo comportamiento es
precisamente el objeto de estudio de la cromodinámica cuántica.
La teoría
establece que existen seis tipos de quarks – y sus correspondientes antiquarks
– y ocho gluones. Los quarks se combinan para formar hadrones: bariones, cuando se agrupan en tríos, y mesones,
cuando lo hacen en parejas. Trataremos estas familias con mayor detalle en el
capítulo Las partículas fundamentales.
La
comprensión de la estructura en quarks también permitió reinterpretar la
antigua fuerza nuclear fuerte como
una fuerza residual: un efecto emergente de la interacción fuerte entre quarks y gluones que se manifiesta entre
protones y neutrones. Actualmente se denomina fuerza fuerte a esta fuerza residual. De manera análoga a cómo las
fuerzas entre moléculas se interpretan como efectos residuales de la
interacción electromagnética, la atracción entre nucleones puede entenderse
como una consecuencia efectiva de la dinámica subyacente de la cromodinámica cuántica.
Propiedades de la cromodinámica cuántica.
Confinamiento del color. Según esta propiedad, las partículas
que llevan carga de color no pueden
encontrarse aisladas: sólo se observan formando combinaciones cuya carga total sea nula, un estado
denominado “blanco” o, técnicamente,
singlete
de color. Por ello, todos los hadrones
observados en el universo son estados
blancos. En los bariones esto se
logra combinando tres quarks de colores distintos; en los mesones, un quark se une con un antiquark de su correspondiente
anticolor.
A
diferencia de partículas como el electrón – que sí puede existir de forma
aislada – los quarks nunca se encuentran
en estado libre, sino siempre confinados dentro de hadrones.
Libertad asintótica. Los quarks presentan la propiedad de que, a
distancias extremadamente pequeñas (equivalentemente, a energías muy altas), su
interacción se debilita progresivamente. En ese régimen se comportan casi como
partículas libres, lo que permite usar técnicas
perturbativas para describir sus interacciones. Este fenómeno se conoce
como libertad asintótica.
Las técnicas perturbativas son un conjunto
de métodos matemáticos usados – especialmente en teoría cuántica de campos –
para resolver problemas que no pueden
calcularse exactamente, pero que sí pueden aproximarse si una interacción
es débil.
A
distancias mayores, sin embargo, ocurre lo contrario: la fuerza entre quarks
aumenta en lugar de disminuir. Cuando se intenta separar dos quarks, la energía
almacenada en el campo de color
crece hasta que resulta energéticamente favorable crear un par quark–antiquark
del vacío. Este proceso da lugar a la hadronización, que produce mesones
y puede repetirse múltiples veces, generando chorros de partículas, o jets, observados en los colisionadores.
En los
primeros instantes del Big Bang, los quarks y gluones formaban un plasma donde
la interacción fuerte se encontraba
en el régimen de libertad asintótica
por las altísimas energías. Aunque en ese plasma los quarks no estaban
confinados en hadrones, tampoco eran
observables individualmente, pues formaban un estado colectivo que sólo se
fragmentó en hadrones al descender
la temperatura.
El número bariónico.
Es un número cuántico
asociado a los hadrones y se define
como un tercio de la diferencia entre el número de quarks y el número de
antiquarks:
𝑩
= ( 𝑵𝒒 ― 𝑵‾𝒒 ) / 𝟑
𝑵𝒒 = Número de quarks.
𝑵‾𝒒 = Número de antiquarks.
Su valor siempre será +𝟏, 𝟬 o ―𝟏.
En los bariones, formados
por tres quarks, el número bariónico
es 𝑩 = +𝟏.
En los mesones, compuestos por un
quark y un antiquark, el número bariónico es 𝑩
= 𝟬.
En un
hadrón exótico como el pentaquark,
formado por cuatro quarks y un antiquark, se obtiene también 𝑩
= +𝟏.
Las
partículas sin quarks ni antiquarks – como los leptones y los bosones del
modelo estándar – tienen número
bariónico nulo.
En el
marco habitual de la física de partículas, el número bariónico se conserva en
todas las interacciones del modelo estándar:
la suma del número bariónico antes y después de cualquier proceso permanece
constante.
La interacción débil cambia el “sabor” de los quarks.
En la teoría
actualmente aceptada, y de acuerdo con el modelo de Yukawa visto anteriormente,
en un núcleo estable tiene lugar un intercambio
virtual constante de piones entre
nucleones, sin que estos cambien realmente su identidad. Este mecanismo
describe la fuerza fuerte, que
recordemos es la manifestación residual de la interacción fuerte fundamental.
Un protón
puede intercambiar un pión positivo (𝝅+) – un mesón formado por
un par quark-antiquark – con un neutrón cercano: el protón actúa como si
emitiera un (𝝅+) y “se convirtiera” en
neutrón, mientras que el neutrón lo absorbe y “se convierte” en protón. Esta es
una forma efectiva de describir la fuerza
fuerte; no implica que protones y neutrones estén transformándose de
manera literal y continua, sino que el intercambio virtual de piones
produce una interacción atractiva entre ellos.
De forma
análoga, la interacción atractiva también puede describirse mediante el
intercambio de piones negativos (𝝅―) o neutros (𝝅0) entre neutrones y
protones. En todos estos casos, se trata de procesos debidos a la interacción
fuerte, mucho más probables que los verdaderos procesos de conversión entre
protones y neutrones gobernados por la interacción
débil.
Sin
embargo, cuando la proporción entre protones y neutrones se aleja de la región
de estabilidad nuclear, los procesos gobernados por la interacción débil
se vuelven relevantes. Es entonces cuando tiene lugar la desintegración beta, explicada en el capítulo anterior. La interacción débil permite que un quark
cambie su sabor mediante la emisión
o absorción de un bosón W, lo que
convierte un tipo de nucleón en otro.
En la desintegración beta (𝜷―), un neutrón se
convierte en un protón, un electrón (𝒆―) y un antineutrino
electrónico (―𝝊𝒆). A nivel de quarks:
En este
proceso, uno de los tres quarks del neutrón de la izquierda – concretamente un quark down – emite un bosón W− y pasa a ser un quark up. El bosón W− emitido se desintegra posteriormente en un electrón (𝒆―) y un antineutrino
electrónico (―𝝊𝒆).
En la desintegración beta (𝜷+), un protón se
transforma en un neutrón, un positrón (𝒆+) y un neutrino
electrónico (𝝊𝒆). A nivel de quarks:
En este
caso, uno de los tres quarks del protón de la izquierda – en este caso un quark up – emite un bosón W+ y pasa a ser un quark down. El bosón W+ emitido se desintegra en
un positrón (𝒆+) y un neutrino
electrónico (𝝊𝒆).
Conclusión.
La interacción fuerte es, sin duda, una de las más difíciles de tratar
teóricamente y sigue siendo un campo de investigación activo. Aunque contamos
con una teoría de campos que la describe – la cromodinámica cuántica – todavía no se ha logrado unificarla con la
interacción débil vista en el
capítulo anterior, a pesar de que ambas se enmarcan en el mismo marco general
de las teorías gauge de la física de partículas.
Aun así,
la cromodinámica cuántica ofrece
predicciones extraordinariamente precisas. Un ejemplo destacado son las
colisiones protón–protón del LHC en el CERN: dado que los protones son hadrones compuestos, las colisiones
fundamentales que realmente se producen son entre quarks y quarks, quarks y
gluones, o gluones entre sí. La interpretación de estos procesos – y, en
general, de toda la física que se lleva a cabo en aceleradores de altas
energías – sería imposible sin los cálculos de la cromodinámica cuántica perturbativa y sin el conocimiento de la estructura partónica de los hadrones.






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