9 La interpretación de Copenhague o de Bohr


La denominada interpretación de Copenhague se refiere a la visión tradicional u ortodoxa de la mecánica cuántica. Aunque no existe un manifiesto oficial que la defina de forma única, sus principios fundamentales fueron desarrollados principalmente por Niels Bohr y Werner Heisenberg a lo largo de la década de 1920, y se consolidaron durante la Quinta Conferencia Solvay, celebrada en Bruselas en 1927. Esta interpretación proporcionó un marco conceptual que integraba, de forma pragmática, elementos de la mecánica ondulatoria de Schrödinger y la mecánica matricial de Heisenberg.


Fotografía tomada en el 5º Congreso Solvay celebrado en 1927, "Electrones y Fotones". De la fila de atrás hacia el frente, de izquierda a derecha: Auguste Piccard, Émile Henriot, Paul Ehrenfest, Édouard Herzen, Théophile de Donder, Erwin Schrödinger, Jules-Émile Verschaffelt, Wolfgang Pauli, Werner Heisenberg, Ralph Howard Fowler, Léon Brillouin, Peter Debye, Martin Knudsen, William Lawrence Bragg, Hendrik Anthony Kramers, Paul Dirac, Arthur Compton, Louis de Broglie, Max Born, Niels Bohr, Irving Langmuir, Max Planck, Marie Skłodowska Curie, Hendrik Lorentz, Albert Einstein, Paul Langevin, Charles-Eugène Guye, Charles Thomson Rees Wilson, Owen Willans Richardson.

Se la denomina "de Copenhague" porque Bohr vivía y trabajaba en esa ciudad, donde influyó decisivamente en numerosos físicos con su enfoque filosófico y conceptual de la teoría cuántica.

Uno de los postulados centrales de esta interpretación afirma lo siguiente:

El cuadrado del módulo de la función de onda (│𝝍│2) representa la densidad de probabilidad de hallar una partícula subatómica en una determinada región del espacio cuando se encuentra en un estado estacionario descrito por (𝝍).

Esta interpretación probabilística fue propuesta por Max Born en 1926. Aunque Born no formó parte del núcleo principal de la interpretación de Copenhague, su contribución fue fundamental y rápidamente aceptada por Bohr y Heisenberg.

A diferencia de los objetos clásicos, como una canica que tiene una posición bien definida, una partícula cuántica no posee una localización precisa hasta que se realiza una medición. Su presencia se distribuye en el espacio según una probabilidad que depende de la amplitud de su función de onda: cuanto mayor sea esta amplitud en una región, mayor será la probabilidad de encontrar allí la partícula, y viceversa.

En el marco de la interpretación de Copenhague, se introduce la noción de que, al realizar una medición, la función de onda – que antes describía una superposición de posibles estados – se reduce a uno solo de ellos. Aunque esta reducción no fue descrita por Niels Bohr como un proceso físico en sí mismo, su principio de complementariedad sugiere que ciertas propiedades de un sistema cuántico no pueden considerarse definidas hasta que se establece un contexto experimental mediante la medición.

Este principio, formulado por Bohr en 1927 como parte de su respuesta al debate sobre la interpretación de los fenómenos cuánticos, establece lo siguiente:

Ciertas propiedades físicas de un sistema cuántico – como la posición y el momento, o el comportamiento como partícula o como onda – son complementarias entre sí: no pueden medirse ni definirse simultáneamente con precisión, pero ambas son necesarias para una descripción completa del sistema.

Una formulación moderna que refleja esta idea, basada en el trabajo de John von Neumann en 1932, puede expresarse así:

En el momento en que se observa la partícula, su función de onda colapsa. Esta desaparece y, siguiendo la distribución de probabilidad que describe, el sistema adopta uno de sus posibles valores, manifestándose en un estado definido de forma aleatoria.

Esto implica que la ecuación de Schrödinger describe una superposición cuántica, es decir, una combinación simultánea de todos los estados posibles que una partícula puede adoptar. Mientras no se realice una medición, el sistema cuántico puede presentar múltiples posiciones, velocidades o energías al mismo tiempo. Sin embargo, al medirse, la función de onda se reduce a un único resultado, que corresponde a uno de los valores compatible con el observable medido.

Erwin Schrödinger fue un crítico importante de esta interpretación. Consideraba inaceptable que una función de onda, que evoluciona de manera continua según su ecuación, pudiera experimentar un cambio abrupto por la intervención de un observador. En su opinión, el colapso era una idea "ad hoc", introducida sin fundamento matemático. Su incomodidad lo llevó a declarar irónicamente que, si esta interpretación era correcta, lamentaba haber contribuido a la mecánica cuántica.

Albert Einstein también expresó reservas profundas. Para él, la aleatoriedad y el indeterminismo implicados por el colapso violaban los principios de causalidad y continuidad que caracterizaban al universo según la relatividad. En una carta a Max Born escribió su célebre frase:

Estoy convencido de que Dios no juega a los dados.

Einstein entendía ese “Dios” como la manifestación de una armonía subyacente en las leyes del universo, una armonía incompatible con eventos sin causa o impredecibles.

Uno de los principales desafíos de la interpretación de Copenhague es explicar por qué la superposición cuántica no se manifiesta en el mundo macroscópico. Para enfrentar este problema, Bohr y sus seguidores propusieron una distinción funcional: los sistemas pequeños muestran efectos cuánticos, mientras que los grandes no. Sin embargo, esta frontera entre lo cuántico y lo clásico no está claramente definida.

Este problema fue ilustrado de forma provocadora por Schrödinger en su célebre paradoja del gato.


En este experimento mental, Schrödinger plantea que si un átomo radiactivo (en un estado cuántico de desintegrado/no desintegrado) activa un mecanismo que puede matar o no al gato, entonces, según la interpretación de Copenhague, el gato estaría en un estado de superposición: vivo y muerto a la vez, hasta que alguien abra la caja y observe el sistema. Es decir, un sistema cuántico (la desintegración de un átomo radiactivo) se vincula con un evento macroscópico (la vida o muerte de un gato). El objetivo de Schrödinger era destacar el aparente absurdo de aplicar directamente la superposición a objetos del mundo cotidiano.

Más adelante, esta discusión fue retomada y ampliada en la llamada paradoja del amigo de Wigner, que plantea preguntas filosóficas profundas como: ¿Creamos la realidad mediante la observación, o ésta existe independientemente de nosotros?

En esta línea, Einstein también expresó su escepticismo con otra frase famosa:

Me niego a creer que la luna no está ahí cuando no la miro.

Este debate refleja una tensión fundamental dentro de la interpretación de Copenhague: la división entre el mundo cuántico (regido por probabilidades y superposición) y el mundo clásico (definido y determinado), una frontera aún sujeta a discusión y reformulación en la física contemporánea.

 

La decoherencia cuántica.

Con el fin de dar con una explicación al problema del colapso de la función de onda, definido en la interpretación de Copenhague, se han propuesto diversas teorías, como la decoherencia cuántica o la interpretación de los universos múltiples.

La decoherencia cuántica es una teoría ampliamente aceptada que explica cómo un sistema físico, bajo ciertas condiciones, deja de exhibir efectos cuánticos y comienza a comportarse de acuerdo con las leyes de la física clásica, sin las características contraintuitivas propias de la mecánica cuántica.

Así, la decoherencia cuántica explicaría por qué, a gran escala, la física clásica – que ignora los efectos cuánticos – proporciona una descripción eficaz del comportamiento del mundo.

La teoría moderna de la decoherencia, desarrollada en trabajos desde la década de 1980, sostiene que la interacción de un sistema cuántico con su entorno provoca una pérdida de coherencia entre los distintos términos de su superposición. Como resultado, el sistema puede describirse de forma efectiva mediante una mezcla estadística de estados clásicos, lo que permite una interpretación compatible con la física clásica.

 

Una posible explicación de la paradoja del gato de Schrödinger.

Las peculiaridades de la mecánica cuántica surgen al tratar a las partículas como ondas. Estas funciones de onda pueden superponerse e interferir, y las probabilidades de obtener un resultado al medir una propiedad física provienen del módulo al cuadrado de la suma de estas funciones de onda. Este fenómeno se conoce como interferencia cuántica.

¿Qué significa que dos ondas interfieran? Para ilustrarlo, consideremos el experimento de la doble rendija, realizado por Thomas Young en 1801 para demostrar el comportamiento ondulatorio de la luz.


En una versión moderna del experimento con electrones, se observa un patrón de franjas brillantes y oscuras en una pantalla. Este patrón solo puede explicarse si el electrón actúa como una onda y pasa por ambas rendijas simultáneamente. Las ondas asociadas a cada rendija interfieren entre sí: donde están en fase (subiendo y bajando al unísono), se refuerzan y aumentan la probabilidad de detección; donde están en contrafase, se anulan, y la probabilidad es nula.

Este experimento pone de manifiesto una propiedad fundamental de la mecánica cuántica: la superposición. Un electrón puede estar en una combinación de estados –como pasar por ambas rendijas a la vez – y esta superposición da lugar al patrón de interferencia. La clave para que ocurra esta interferencia es la coherencia entre los estados: deben estar sincronizados, es decir, tener una relación de fase bien definida.

Lo mismo sucede en los sistemas cuánticos en general: dos estados coherentes pueden interferir y producir superposición. Si, en cambio, los estados pierden esa sincronización debido a interacciones con el entorno, la decoherencia destruye la superposición y el sistema comienza a comportarse de manera clásica.

Este fenómeno proporciona una posible explicación a la paradoja del gato de Schrödinger. Acabamos de ver que, en dicha paradoja, un gato encerrado en una caja estaría, según la mecánica cuántica, en un estado de superposición de “vivo” y “muerto” hasta que se observe. Sin embargo, en la práctica nunca vemos gatos en esos estados híbridos. La decoherencia ofrece una respuesta: un sistema macroscópico como un gato interactúa intensamente con su entorno – el aire, la caja, los átomos circundantes – lo que produce una pérdida extremadamente rápida de coherencia entre los posibles estados. Como resultado, el sistema evoluciona hacia un estado clásico bien definido.

Cuanto mayor es un objeto, más intensas y frecuentes son sus interacciones con el entorno, y más rápidamente se pierde la coherencia. Por ejemplo, una molécula grande como una proteína puede perder coherencia en tiempos del orden de 10-19 segundos. En sistemas macroscópicos, este proceso ocurre incluso más rápidamente, haciendo imposible observar efectos cuánticos a gran escala.

Desde esta perspectiva, si consideramos que todo el universo es cuántico, y que no existe una frontera precisa entre el mundo cuántico y el clásico, sino una transición gradual debida a la interacción con el entorno, entonces la paradoja del gato de Schrödinger se disuelve: no es que el gato esté “realmente” vivo y muerto a la vez, sino que su estado cuántico ha perdido coherencia casi instantáneamente, dando lugar a un único resultado clásico observable.

 

Conclusión.

En la actualidad, la interpretación de Copenhague sigue siendo objeto de debate. Sin embargo, esto no ha impedido que la mecánica cuántica haya demostrado una extraordinaria precisión en la descripción del mundo subatómico, a pesar de sus predicciones contrarias al sentido común y la experiencia cotidiana.

La interpretación de Copenhague de la función de onda, junto con el principio de incertidumbre de Heisenberg, marca una ruptura fundamental entre la física clásica, de carácter determinista, y la mecánica cuántica, que es indeterminista y probabilística.


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