Imaginemos
un cuerpo caliente en contacto con otro frío. Al rato acaban a la misma
temperatura. Han intercambiado energía de manera gradual.
¿Le
ocurrirá al calor, es decir, a la energía en esa forma, lo mismo que al espacio
y al tiempo en relación a Aquiles y la tortuga, y el aquero y sus flechas de
las aporías de Zenón de Elea? ¿Habrá un mínimo de energía tan indivisible de la
materia como el átomo de Demócrito? ¿Fluirá a saltos y no de manera continua? Pensamos
en el dinero. Por modesta que sea la cantidad o grande el capital
intercambiado, ambos han de ser múltiplos de un mínimo, normalmente el céntimo
de cualquier moneda sean yuanes, euros, dólares, dírhams o lo que sea.
Planck demostró
que existe ese mínimo energético y se le llamó quantum. Su valor lo define una
constante pequeñísima pero distinta de cero: h o constante de Planck. Ese
detalle tan nimio nos lleva a lo que siempre nos ha parecido una simpática
desmesura: el batir de alas de una mariposa en un lugar puede desencadenar una
pavorosa tormenta en cualquier parte del mundo. La mariposa fue el quantum y las
primeras grandes tormentas provocadas por su aleteo se desataron sobre
Hiroshima y Nagasaki.
Planck ansiaba
que su hallazgo se interpretara acorde con la física clásica y no iniciara una
revolución, por eso, a su constante la denominó h de hilfe: con ella pedía ayuda a sus colegas.
Max
Planck (1858-1947) fue un hombre esencialmente burgués, conservador,
tradicionalista, nacionalista y demás, pero (o sin «pero», me da igual) muy brillante
y buena persona. Nació en Kiel en el seno de una familia de gran tradición
jurista y clerical por lo que se le suponía destinado a ser hombre de ese mundo.
Podría incluso, debido a sus cualidades, ser músico, pero se decantó por la
física. Se lo tomó con tal empeño que acabó siendo catedrático, incluso rector,
de la universidad de Berlín.
Planck se
singularizó en varios sentidos poco acordes con su conservadurismo. Por
ejemplo, por su postura favorable a la incorporación de las mujeres a la vida
académica y científica, extravagancia suprema en aquella época y ambiente, y
anteponer la competencia científica a la condición de judío de muchos de sus
compañeros.
De buena
familia, inteligentísimo, sensible y del país más glorioso de Europa en aquella
época no podía esperar más que ser feliz. Y no lo fue.
Su
primera mujer, Marie Merck, con la que tuvo cuatro hijos, murió en 1909 a los
48 años. Su hijo Karl cayó en la tremenda batalla de Verdún, por cierto, en la
guerra que su padre apoyó públicamente. Su hija Grete no sobrevivió al parto. A
Enma le ocurrió exactamente lo mismo. Y lo peor aún tardaría en llegar: su hijo
Erwin, de carrera política y social relevante, se opuso a Hitler con
inteligencia y valentía, lo que le llevó a la horca por haber participado en la
operación Walkiria.
Max
Planck tuvo un hijo más, Hermann, de su segunda esposa, Marga von Hoessling.
Esta fue un apoyo inquebrantable para Max. No desfalleció ni cuando su casa
quedó destruida por uno de los interminables bombardeos aliados. Acompañó a su
marido hasta que los soldados norteamericanos los recogieron tras verlos errar
por los descampados de ruina en ruina siendo Max Planck ya octogenario. Un
infarto agudo de miocardio acabó con lo que no había podido acabar la pena.
Una
anécdota poco conocida de Max Planck tiene interés en relación al momento político
y social por el que atraviesa Europa y otras democracias. En 1958, hubo una
propuesta de hacerle un gran homenaje póstumo en Alemania. Había un problema:
¿qué Alemania? Aunque aún no se hubiera construido el muro de Berlín, los dos
estados estaban en pleno apogeo. Las autoridades de la República Democrática no
querían saber nada de un reaccionario. Pero la presión de los científicos y
académicos en general fue muy fuerte y no era cuestión de dejarle al enemigo
honrar a tan grande personaje reconocido en todo el mundo. Según anunció el
Politburó: «Planck es nuestro y no de los fascistas de Alemania Occidental». La
explicación que dio el comunicado del Comité Central del Partido Comunista
merece la pena reproducirla:
«Solo
la clase trabajadora, que ha construido el socialismo y defiende la paz
mundial, tiene el derecho de conmemorar al gran físico Max Planck. La burguesía
ha perdido su derecho a los pioneros de la ciencia. Lo que Max Planck ha
creado, y con él una generación de jóvenes científicos, el capitalismo no puede
asimilarlo».
La mayoría de los votos que ha recibido el fascismo en Europa ha provenido de la juventud y la clase trabajadora. El apoyo a Trump ha sido similar. Igual los vetustos comunistas alemanes eran visionarios. Paliar toda esta demencia exige incentivar el conocimiento popular de personas como Planck que ayuden a distinguir entre conservadurismo tradicional, el desquiciado derechismo actual y el cruel fascismo.
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