La archi
conocida frase de Carl Sagan “Somos polvo de estrellas”, no es solo un hermoso
micropoema, sino que es una verdad como un templo.
En
ciencia, como en la vida, no existen verdades últimas. Sabemos que lo que hoy
consideramos un ladrillo fundamental podría estar compuesto por algo aún más
pequeño, algo que todavía no podemos detectar con la tecnología actual. O habrá
que aceptar una complejidad que no habíamos visto antes.
Para
comprender mejor las partículas elementales de las que estamos hechos, tanto
todos nosotros como el universo conocido, me he inspirado en la vida y el
trabajo de Teresa Rodrigo Anoro. A través de ella pretendo comprender un poco
lo que es el bosón de Higgs, una partícula elemental, y por qué se la nombró la
partícula de dios.
El relato
“El sueño de Teresa”, está inspirado en su apasionante vida. Espero que
os guste. Luego, os cuento en que consiste un bosón y para qué sirve o más bien
lo intentaré.
EL SUEÑO DE TERESA.
Guardo una piedra en el
bolsillo. Es pequeña, áspera en los bordes, no huele a nada, pero cuando la
inclino bajo la luz, brilla. Parece oro, pero no lo es. Sólo es un trocito de
pirita.
Una noche de hace
siglos, cuando yo era tan solo una niña inquieta de ocho años, mi padre y yo
habíamos subido al terrado para contemplar las estrellas como de costumbre. Él
era aficionado a la astronomía y se había montado el telescopio casero más
potente que se pudo pagar.
Nos tirábamos en el
suelo mirando al cielo. Sentíamos el frío de los azulejos en la espalda, pero
no importaba. Él me enumeraba emocionado, y me hacía memorizar jugando, los
nombres de planetas, estrellas, constelaciones y contaba anécdotas de sus
descubridores.
—Papá, ¿de qué están
hechas las estrellas? —le pregunté, mientras mis pupilas reflejaban su titileo.
—De lo mismo que
nosotros, hija.
—¿Y los planetas?
—También. Todo en el
universo está hecho de lo mismo.
Miré el cielo y traté
de imaginarme a mí misma deshaciéndome en luz, flotando entre planetas y
nebulosas.
Unas semanas después
trajo a casa una caja llena de tubos de ensayo y polvos de colores. “Es un
juego de química” dijo. “Y esta otra es una colección de minerales”.
Mientras me la acercaba
me dijo que ese era el material con el que estábamos hechos más pequeño que
podíamos ver a simple vista. No entendí cómo podía ser eso, pero no dije nada.
Me quedé en silencio,
mirando sus grandes manos y su sombra alargada contra la pared. Luego, me fijé
en la pirita. Brillaba como las estrellas.
Fue a partir de
entonces que creció dentro de mí la necesidad —o más bien la obsesión— de saber
de qué estamos hechos.
Desde entonces, cada
vez que veo una estrella titilar, saco la pirita del bolsillo y la hago girar
entre mis dedos. Es lo más parecido a tener un pedazo del universo conmigo.
En la escuela, los
demás niños a veces se reían de mi cuaderno lleno de garabatos de
constelaciones y ecuaciones mal escritas, pero yo no les hacía caso.
—Teresa y sus estrellas
—decían, y no siempre eran amables.
No respondía. Solo
apretaba la pirita en el puño y me recordaba que había preguntas importantes a
responder.
A veces, la maestra me
felicitaba por mí tremenda curiosidad, sin embargo, suspiraba cuando alzaba la
mano con una nueva pregunta. Pero no importaba.
Pasaba las tardes en la
biblioteca, hojeando libros con palabras que todavía no entendía del todo.
Aprendí que la pirita no era oro, que las estrellas no eran agujeros en el
cielo y que el mundo era más grande de lo que podía imaginar.
Mi padre había muerto
demasiado joven, pero yo seguía subiendo al terrado de la casa. Desde allí, el
campo se extendía como una sombra y el cielo parecía más cercano.
Sacaba la pirita del
bolsillo y la hacía girar entre mis dedos, comparando su brillo con el de las
estrellas lejanas. Imaginaba que era un fragmento caído del cielo, una pista,
un mensaje secreto.
Han pasado los años. Mi
cuaderno ya no tiene dibujos torpes de constelaciones, sino fórmulas que ahora
entiendo. Ya no me subo al tejado, pero sigo buscando respuestas.
Aun así, hay algo que
no ha cambiado. En el bolsillo de mi bata de laboratorio, entre bolígrafos y
notas apresuradas, sigue estando la piedra de pirita. La saco a veces, la hago
girar en mi mano y sonrío. Porque mi padre tenía razón. Todo en el universo
está hecho de lo mismo.
La curiosidad de Teresa
la llevó a explorar el mundo de las partículas, buscando respuestas en lo más
profundo de la materia. Para entender mejor su legado, veamos que son los
bosones y por qué el bosón de Higgs cambió nuestra comprensión del universo.
¿Qué es un bosón y para
qué sirve?
La materia que nos
rodea está formada por partículas muy pequeñas, como los electrones y los
quarks (que forman los protones y neutrones de los átomos). Estas partículas
necesitan interactuar entre sí para formar todo lo que conocemos: los planetas,
el aire, nuestro propio cuerpo.
Aquí es
donde entran los bosones, que son partículas especiales encargadas de
transmitir fuerzas. Se pueden imaginar como “mensajeros” que permiten que las
partículas de materia interactúen. Por ejemplo:
El fotón
es un bosón que transmite la fuerza electromagnética, la que permite que los
átomos se mantengan unidos y que la luz viaje.
Los
bosones W y Z transmiten la fuerza nuclear débil, que participa en la
radiactividad.
El gluon
transmite la fuerza nuclear fuerte, que mantiene unidos los protones y
neutrones dentro del núcleo atómico.
¿Y qué
bosón transmite la cuarta fuerza, la gravitatoria? Pues, todavía no se ha
descubierto el bosón que transmitiría la fuerza gravitatoria. Pero ya tiene
nombre gravitón.
Los
bosones son fundamentales para que el universo funcione como lo conocemos.
Sin los
bosones, las partículas fundamentales del universo estarían desconectadas, como
piezas de un rompecabezas sin ensamblar.
¿Qué es el bosón de
Higgs?
El bosón de Higgs es
una partícula especial porque está relacionada con el campo de Higgs, una
especie de “fuerza invisible” que llena todo el universo.
Se puede
imaginar el campo de Higgs como un océano en el que nadan todas las partículas.
Algunas sienten más resistencia que otras al moverse por él, como si fueran
peces grandes que avanzan más despacio. Esa “resistencia” es lo que les da masa
a las partículas, es decir, su peso y su capacidad de formar materia.
Si el
bosón de Higgs no existiera, las partículas no tendrían masa y el universo
sería un lugar muy diferente, sin planetas, sin estrellas y sin vida. Por ello,
los periodistas, siempre en busca de titulares llamativos, la apodaron “la
partícula de Dios”.
El
descubrimiento del bosón de Higgs en 2012, gracias a experimentos en el CERN
(con la participación de Teresa Rodrigo), confirmó esta teoría y fue un hito
clave para entender el origen de la masa en el universo.
Teresa Rodrigo Anoro: una
pionera en la exploración del Universo.
Teresa Rodrigo Anoro
(1956-2020) fue una destacada física española y una de las científicas más
influyentes en el estudio de la física de partículas. Nacida en Huesca, desde
pequeña mostró una curiosidad incansable por el cosmos y la materia que lo
compone.
Su
trayectoria la llevó a convertirse en una figura clave en el experimento CMS
del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) en el CERN, donde contribuyó al
descubrimiento del bosón de Higgs, una de las mayores revoluciones en la física
moderna. Fue también la primera española en presidir el Comité de Política
Científica del CERN, marcando un hito en un campo históricamente dominado por
hombres.
Más allá
de sus logros científicos, Teresa Rodrigo fue una mentora apasionada,
impulsando a nuevas generaciones de investigadores en España y en el mundo. Su
legado sigue vivo en la exploración de los misterios del universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario