martes, 31 de diciembre de 2024

El sueño de Teresa

El sueño de Teresa.




¿Qué hay más elemental que las partículas de las que está compuesto todo?

La archi conocida frase de Carl Sagan “Somos polvo de estrellas”, no es solo un hermoso micropoema, sino que es una verdad como un templo.

En ciencia, como en la vida, no existen verdades últimas. Sabemos que lo que hoy consideramos un ladrillo fundamental podría estar compuesto por algo aún más pequeño, algo que todavía no podemos detectar con la tecnología actual. O habrá que aceptar una complejidad que no habíamos visto antes.

Para comprender mejor las partículas elementales de las que estamos hechos, tanto todos nosotros como el universo conocido, me he inspirado en la vida y el trabajo de Teresa Rodrigo Anoro. A través de ella pretendo comprender un poco lo que es el bosón de Higgs, una partícula elemental, y por qué se la nombró la partícula de dios.

El relato “El sueño de Teresa”, está inspirado en su apasionante vida. Espero que os guste. Luego, os cuento en que consiste un bosón y para qué sirve o más bien lo intentaré.

 

EL SUEÑO DE TERESA.

Guardo una piedra en el bolsillo. Es pequeña, áspera en los bordes, no huele a nada, pero cuando la inclino bajo la luz, brilla. Parece oro, pero no lo es. Sólo es un trocito de pirita.

Una noche de hace siglos, cuando yo era tan solo una niña inquieta de ocho años, mi padre y yo habíamos subido al terrado para contemplar las estrellas como de costumbre. Él era aficionado a la astronomía y se había montado el telescopio casero más potente que se pudo pagar.

Nos tirábamos en el suelo mirando al cielo. Sentíamos el frío de los azulejos en la espalda, pero no importaba. Él me enumeraba emocionado, y me hacía memorizar jugando, los nombres de planetas, estrellas, constelaciones y contaba anécdotas de sus descubridores.

—Papá, ¿de qué están hechas las estrellas? —le pregunté, mientras mis pupilas reflejaban su titileo.

—De lo mismo que nosotros, hija.

—¿Y los planetas?

—También. Todo en el universo está hecho de lo mismo.

Miré el cielo y traté de imaginarme a mí misma deshaciéndome en luz, flotando entre planetas y nebulosas.

Unas semanas después trajo a casa una caja llena de tubos de ensayo y polvos de colores. “Es un juego de química” dijo. “Y esta otra es una colección de minerales”.

Mientras me la acercaba me dijo que ese era el material con el que estábamos hechos más pequeño que podíamos ver a simple vista. No entendí cómo podía ser eso, pero no dije nada.

Me quedé en silencio, mirando sus grandes manos y su sombra alargada contra la pared. Luego, me fijé en la pirita. Brillaba como las estrellas.

Fue a partir de entonces que creció dentro de mí la necesidad —o más bien la obsesión— de saber de qué estamos hechos.

Desde entonces, cada vez que veo una estrella titilar, saco la pirita del bolsillo y la hago girar entre mis dedos. Es lo más parecido a tener un pedazo del universo conmigo.


En la escuela, los demás niños a veces se reían de mi cuaderno lleno de garabatos de constelaciones y ecuaciones mal escritas, pero yo no les hacía caso.

—Teresa y sus estrellas —decían, y no siempre eran amables.

No respondía. Solo apretaba la pirita en el puño y me recordaba que había preguntas importantes a responder.

A veces, la maestra me felicitaba por mí tremenda curiosidad, sin embargo, suspiraba cuando alzaba la mano con una nueva pregunta. Pero no importaba.

Pasaba las tardes en la biblioteca, hojeando libros con palabras que todavía no entendía del todo. Aprendí que la pirita no era oro, que las estrellas no eran agujeros en el cielo y que el mundo era más grande de lo que podía imaginar.

Mi padre había muerto demasiado joven, pero yo seguía subiendo al terrado de la casa. Desde allí, el campo se extendía como una sombra y el cielo parecía más cercano.

Sacaba la pirita del bolsillo y la hacía girar entre mis dedos, comparando su brillo con el de las estrellas lejanas. Imaginaba que era un fragmento caído del cielo, una pista, un mensaje secreto.

Han pasado los años. Mi cuaderno ya no tiene dibujos torpes de constelaciones, sino fórmulas que ahora entiendo. Ya no me subo al tejado, pero sigo buscando respuestas.

Aun así, hay algo que no ha cambiado. En el bolsillo de mi bata de laboratorio, entre bolígrafos y notas apresuradas, sigue estando la piedra de pirita. La saco a veces, la hago girar en mi mano y sonrío. Porque mi padre tenía razón. Todo en el universo está hecho de lo mismo.

 

La curiosidad de Teresa la llevó a explorar el mundo de las partículas, buscando respuestas en lo más profundo de la materia. Para entender mejor su legado, veamos que son los bosones y por qué el bosón de Higgs cambió nuestra comprensión del universo.

 

¿Qué es un bosón y para qué sirve?

La materia que nos rodea está formada por partículas muy pequeñas, como los electrones y los quarks (que forman los protones y neutrones de los átomos). Estas partículas necesitan interactuar entre sí para formar todo lo que conocemos: los planetas, el aire, nuestro propio cuerpo.


Aquí es donde entran los bosones, que son partículas especiales encargadas de transmitir fuerzas. Se pueden imaginar como “mensajeros” que permiten que las partículas de materia interactúen. Por ejemplo:

El fotón es un bosón que transmite la fuerza electromagnética, la que permite que los átomos se mantengan unidos y que la luz viaje.

Los bosones W y Z transmiten la fuerza nuclear débil, que participa en la radiactividad.

El gluon transmite la fuerza nuclear fuerte, que mantiene unidos los protones y neutrones dentro del núcleo atómico.

¿Y qué bosón transmite la cuarta fuerza, la gravitatoria? Pues, todavía no se ha descubierto el bosón que transmitiría la fuerza gravitatoria. Pero ya tiene nombre gravitón.

Los bosones son fundamentales para que el universo funcione como lo conocemos.

Sin los bosones, las partículas fundamentales del universo estarían desconectadas, como piezas de un rompecabezas sin ensamblar.

 

¿Qué es el bosón de Higgs?

El bosón de Higgs es una partícula especial porque está relacionada con el campo de Higgs, una especie de “fuerza invisible” que llena todo el universo.

Se puede imaginar el campo de Higgs como un océano en el que nadan todas las partículas. Algunas sienten más resistencia que otras al moverse por él, como si fueran peces grandes que avanzan más despacio. Esa “resistencia” es lo que les da masa a las partículas, es decir, su peso y su capacidad de formar materia.

Si el bosón de Higgs no existiera, las partículas no tendrían masa y el universo sería un lugar muy diferente, sin planetas, sin estrellas y sin vida. Por ello, los periodistas, siempre en busca de titulares llamativos, la apodaron “la partícula de Dios”.

El descubrimiento del bosón de Higgs en 2012, gracias a experimentos en el CERN (con la participación de Teresa Rodrigo), confirmó esta teoría y fue un hito clave para entender el origen de la masa en el universo.

 

Teresa Rodrigo Anoro: una pionera en la exploración del Universo.

Teresa Rodrigo Anoro (1956-2020) fue una destacada física española y una de las científicas más influyentes en el estudio de la física de partículas. Nacida en Huesca, desde pequeña mostró una curiosidad incansable por el cosmos y la materia que lo compone.

Su trayectoria la llevó a convertirse en una figura clave en el experimento CMS del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) en el CERN, donde contribuyó al descubrimiento del bosón de Higgs, una de las mayores revoluciones en la física moderna. Fue también la primera española en presidir el Comité de Política Científica del CERN, marcando un hito en un campo históricamente dominado por hombres.


Más allá de sus logros científicos, Teresa Rodrigo fue una mentora apasionada, impulsando a nuevas generaciones de investigadores en España y en el mundo. Su legado sigue vivo en la exploración de los misterios del universo.




Cristina Sopena Marcual.
Escritora.
Editora en @hypatiacafe.
Autora del libro “Bucear bajo tierra”.

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