Sin
embargo, estos principios aparentemente inamovibles son solo aproximaciones a
una realidad más profunda, que se manifiesta claramente solo cuando se intentan
describir objetos con velocidades próximas a la de la luz, el reino de la
Relatividad Especial. Uno de los resultados más profundos de
la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein es la relación entre la
materia (o la masa) y la energía. En resumen, cualquier forma de energía
presente en un sistema contribuye a su masa, entendida como inercia respecto
del cambio de su estado de movimiento. Por ejemplo, consideremos una bola de
metal hueca, rellena de agua en reposo, y una bola idéntica pero rellena de
agua en agitado movimiento. En Relatividad especial, la energía cinética del
movimiento del agua en el segundo caso se manifiesta en que la masa de la
segunda bola rellena es ligeramente mayor que la del primero (en general, con
una diferencia tan enormemente pequeña que es inobservable en experimentos
mecánicos con bolas huecas, pero no nula en principio). Igualmente, una bola
hueca llena de radiación electromagnética tiene una masa ligerísimamente mayor
que una bola hueca vacía, debido a la energía del campo electromagnético en el
primer caso. Como ejemplo final, este principio está relacionado con que la
existencia de una velocidad máxima (la de la luz c=300.000 km/s) en
Relatividad. Cuando un objeto tiene gran velocidad, su energía cinética se
puede traducir a un aumento de su masa (inercia), por lo que cuesta mucho
acelerarla aún más. Al aproximarse a la velocidad de la luz, la contribución de
la energía cinética a la masa/inercia se aproxima a infinito, por lo que nunca
es físicamente posible alcanzar esa velocidad límite.
Centrándonos
en objetos en reposo, las ideas anteriores se resumen en la famosa ecuación
E=mc2, que relaciona la contribución de una energía (de cualquier
tipo) “E” de un sistema con su contribución a la masa “m” de ese sistema.
Alternativamente, también establece que una partícula con masa (en reposo) “m”
posee, simplemente por el hecho de existir, una cantidad de energía “E”. Esta
energía puede imaginarse como energía potencial, que puede ser liberada cuando
el sistema (la partícula) experimenta algún cambio en su masa. Por lo tanto,
masa y energía son conceptos intercambiables. Y el principio de conservación de
la masa y de la energía como entes independientes no tiene sentido, y es
sustituido por el principio de conservación de la masa-energía. Es decir, es
perfectamente posible la existencia de procesos en los que cierta cantidad de
masa queda liberada en forma de energía, e inversamente, de procesos en los que
cierta cantidad de energía se transforma en masa de nuevos objetos o
partículas.
Los
procesos en los que cierta cantidad de masa de un sistema queda liberada en
forma de energía nos resultan familiares, ya que se producen en las reacciones
nucleares. Un ejemplo en el contexto cósmico es la fusión de hidrógeno en helio
en el corazón de las estrellas, como el Sol. La masa de un núcleo de hidrógeno
(un protón) es 1,67 x 10-27 kg, mientras que un núcleo de
helio (dos protones y dos neutrones unidos) es 6,64 x 10-27 kg.
El núcleo del Sol es una fábrica que convierte grupos de cuatro protones en
núcleos de helio. El proceso por el que dos de estos protones se transmutan en
dos neutrones está mediado por la interacción débil, que se trata en otros
capítulos; asimismo, en el proceso de fusión se pasan por otros estados
intermedios, con núcleos de deuterio, etc. Afortunadamente, solo nos interesa
el balance energético entre el estado inicial y el estado final, que es
independiente de los pasos intermedios. La diferencia de masa es de
aproximadamente 0,04 x 10-27 kg, que corresponde a una
diferencia de energía de 0,36 x 10-11 Julios. Tomando 1
kilogramo de material obtenemos una energía del orden de 1015 Julios,
aproximadamente 1 Megatón. El Sol quema aproximadamente 6 x 1011 kilogramos
cada segundo, por lo que emite 1011 Megatones por segundo,
gracias a los cuales nuestra Tierra es un planeta apto para nuestra existencia.
Un
cálculo similar nos permitiría calcular la energía liberada en una bomba
nuclear de fusión; o de forma más beneficiosa para la Humanidad, en las futuras
centrales nucleares de fusión, cuando este proceso se pueda producir de forma
controlada. Otro ejemplo es el de las reacciones de fisión, como las que se
producen en las bombas nucleares, o en las centrales nucleares. En este caso,
cuando un núcleo de uranio-235 captura un neutrón se descompone en, por
ejemplo, un núcleo de bario-141 y uno de kryptón-92, con emisión de tres
neutrones. La diferencia de masas entre los sistemas inicial y final se
transforma en energía emitida, del orden de 1 Megatón por kilogramo.
Un
ejemplo final más próximo a la física de partículas es la aniquilación de
partículas de materia con partículas de antimateria. Para cada partícula
conocida existe una antipartícula, una partícula con exactamente la misma masa,
pero con cargas opuestas. Cuando una partícula y su antipartícula colisionan,
se aniquilan y liberan la totalidad de su masa en forma de energía, por ejemplo,
mediante la emisión de fotones (radiación electromagnética). Introduzcamos,
como es habitual, unidades de energía adaptadas a la física de partículas,
concretamente 1 GeV = 1,6 x 10-10 Julios. El equivalente
en energía de la masa de un protón es 0,938 GeV, por lo que una aniquilación de
un protón y un antiprotón en reposo liberan una energía de 1,876 GeV, unas 100
veces superior a las reacciones de fusión.
Los
ejemplos de reactores o bombas nucleares pueden llevarnos a especular (como ha
sido el caso en ciertas obras de ficción) con la posibilidad de construir
artefactos de destrucción basados en antimateria. Sin embargo, esto no es
factible ya que la antimateria no se encuentra de forma natural en la Tierra
(ni en nuestro universo observable), salvo en efímeros fenómenos como
radioactividad natural o rayos cósmicos. Y la producción de antimateria en
laboratorios es energéticamente muy costosa, y altamente ineficaz. Por ejemplo,
el experimento Decelerador de Antiprotones del CERN, Ginebra, Suiza, produce
anti-átomos de hidrógeno; en toda su historia ha conseguido acumular solo 10
nanogramos (es decir, 10-8 gramos), cuya aniquilación
produciría la muy pequeña cantidad de energía de 10.000 Julios (equivalente por
ejemplo al consumo de una bombilla de 60W durante 4 horas).
Hasta
ahora hemos descrito procesos en los que la masa se convierte en energía. Pero
existen muchos procesos y fenómenos en los que la energía se convierte en masa.
Uno de los más cotidianos (y por tanto, desapercibido) radica en la propia masa
de un protón. Un protón es una partícula compuesta, hecha de tres quarks (dos
quarks de tipo “up” y un quark de tipo “down”). Sin embargo, la masa en reposo
de los quarks es muchísimo más pequeña que la masa de un protón,
aproximadamente solo un 1%. La masa del protón es en su 99% la manifestación de
la energía de los intensísimos campos de la interacción de color (gluones) que
mantienen los quarks unidos formando el protón. Es una realización física
similar a nuestro anterior ejemplo académico de una bola hueca llena de
radiación, con la salvedad de que en este caso el campo de radiación (de color)
no es una contribución insignificante (sino la dominante) a la masa.
La física
de partículas nos proporciona muchos otros ejemplos de transformación de
energía en materia. Los aceleradores de partículas son experimentos basados en
este principio. Tomando como ejemplo el LHC, en el CERN, Ginebra, Suiza, los
protones (cuya masa en reposo es 0,938 GeV) se aceleran hasta que su energía
total es de 6.500 GeV, de modo que en su colisión esta energía puede
convertirse en masa de nuevas partículas, posiblemente mucho más pesadas que
los propios protones que colisionan. Un ejemplo es el bosón de Higgs, cuya masa
es equivalente a aproximadamente 125 GeV, y por tanto sería imposible de
producir a partir de dos protones si no fuera por la transformación de energía
cinética en materia.
En
general, la transformación de energía en materia no es solo una curiosidad
académica: es el principio que subyace en todos los experimentos que intentan
descubrir nuevas partículas con masas superiores a las observadas hasta el
momento, y por tanto el que define la frontera de nuestro conocimiento de lo infinitamente
pequeño.
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